sábado, 2 de julio de 2016
EL ORIGEN DE LA ORDEN DE CALATRAVA: UN ESTUDIO CRITICO
El relato que nos presentó sobre esta historia el entonces arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximénez de Rada, cronista de aquellos años, en líneas generales y salvo cuestiones de detalles, ha venido siendo admitido sin apenas discusión por la historiografía moderna. Sin embargo, esta misma historia nos presenta un cuadro lo suficientemente idealizado como para levantar sospechas acerca de la perfecta historicidad de sus hechos.
Cabe preguntarse, para empezar, a quién correspondió realmente la iniciativa de la defensa y de concesión de tan importante ciudad fortificada en plena frontera de moros, a los dos monjes cistercienses llegados a Toledo desde Fitero, el abad Raimundo y el monje fray Diego Velázquez, como, con ciertas dosis de ingenuidad providencialista sugiere el arzobispo toledano, o al Rey don Sancho III de Castilla, el verdadero artífice de toda la obra, como afirmaría siglos después Rades y Andrada en su crónica de la Orden de Calatrava:
-"Instituyola el dicho Rey don Sancho de Castilla, y por orden suya don Raymundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, y fray Diego Velázquez, monje suyo, fueron los primeros movedores desta excelente obra"- (Francisco de Rades y Andrada, Chronica de la Orden de Calatrava fol. 6v.)
La contestación a esta pregunta fundamental pasa por un replanteamiento del relato del arzobispo toledano, quien quizás no fue entonces todo lo imparcial que debiera, buscando destacar sobre manera la figura de ambos monjes del Císter, presentándolos como los artífices y salvadores.
Una explicación que, por otra parte, además de providencialista, bastante increíble e interesada, nos resulta demasiado convincente y sencilla.
Y es que la retirada de los curtidos y duros freyles caballeros templarios junto con todas sus mesnadas y hombres de armas ante un "inminente" ataque almohade a la plaza de Calatrava, la reacción del rey castellano Sancho III "subastando" tan importante bastión fronterizo abandonado a favor de quien mejor pudiera defenderlo del ataque de los guerreros islámicos, la mirada hacia otra parte de los más poderosos caballeros y más notables magnates del reino castellano ante el pánico general, así como la oportuna llegada y ofrecimiento de dos humildes monjes de Fitero, uno de ellos anciano, que supieron transformar el recelo cortesano en una milagrosa voluntad de Dios, son elementos, todos ellos, que parecen remitirnos un esquema preconcebido para tratar de explicar de forma providencial e impactante un hecho mucho más complejo y real.
En efecto, los hechos bien pudieron suceder de un modo muy distinto.
Ciertamente, es bastante probable que los freyles caballeros templarios abandonaran Calatrava y devolvieran su tenencia al rey castellano.
De hecho, no fue la única vez que hicieron dejación de responsabilidades militares en la Península Ibérica.
Pero resulta cuanto menos sospechoso o sorprendente que el rey de Castilla, Sancho III, no hiciese nada por evitar tal deserción, máxime cuando el peligro almohade era tan inminente sobre la ciudad amurallada de Calatrava, y más sorprendente es todavía, que una acción tan poco edificante no tuviera ninguna consecuencia negativa o castigo para la Orden militar del Temple.
Para empezar, quizá la amenaza islámica descrita por el arzobispo de Toledo no fuera tan inminente ni tan grave como dejó ver en su obra.
Dados los problemas internos que tenía entonces el califa almohade Abd al-Mumîn en las tierras del Magreb, en Tunicia y en la actual Libia, es muy probable que la amenaza militar islámica que pendía sobre la ciudad de Calatrava no fuera, a finales de 1157, tan rigurosa o inminente como la presentó el arzobispo en su obra, quien actuando de forma interesada, generó una sensación de desesperación ante el inminente avance infiel.
De ese modo, Rodrigo Ximénez de Rada, en un hábil ardid religioso y psicológico, tuvo la inteligencia de presentar la no intervención almohade sobre la villa de Calatrava aquel año de 1157 en un milagro sobrenatural, haciéndolo coincidir con la presencia en ella de los monjes cistercienses.
-"Y con el Señor como guía, llegaron a esta villa el abad y el monje Diego Velázquez, y sucedió que, por voluntad del Altísimo, el gran ejército infiel del que tanto se había hablado, no se presentó antes los muros de Calatrava"-. (Crónica De Rebus Hispaniae, Rodrigo Jiménez de Rada).
Ahora bien, si la dejación templaria en la misión de defender Calatrava no obedeció, al menos de manera directa, al temor de no poder hacer frente con garantías a una gran invasión norteafricana, ¿a qué se debió tan precipitado abandono de la villa, el cual no pareció enojar en exceso al rey Sancho III?.
La donación de la ciudad fortificada de Calatrava y de su inmenso y estratégico término a la Orden del Temple había sido una decisión personal del rey Alfonso VII, padre de Sancho, obsesionado por proporcionar una dimensión occidental a su ambicioso proyecto político.
Pero no parece que los caballeros templarios, a quien el emperador castellano-leonés Alfonso VII había encomendado tanto la defensa de la plaza como el cobro de tributos a las caravanas que transportaban mercancías entre al-Andalus y el sur de la frontera del reino castellano, llevaran a cabo labor de colonización alguna -sin duda algo muy costoso y complejo-, durante los siete años en que fueron propietarios y tenentes de Calatrava, concretamente entre 1150 y 1157.
La incapacidad logística y económica del Temple para poder llevar hasta Calatrava nuevas familias de repobladores y colonos para trabajar, unido a la inesperada enfermedad y muerte del rey don Alfonso VII durante el paso del puerto del Muradal a finales del verano de 1157, precipitaron los hechos, tras perder los templarios a su gran protector y valedor, lo que provocó un replanteamiento de la situación geoestratégica del reino.
El cortísimo reinado de Sancho III, heredero al trono castellano en 1157, empezó a apuntar algo que se manifestaría con toda claridad en el de su hijo y sucesor, don Alfonso VIII: la voluntad política de constituir y forjar un reino inequívocamente castellano sobre bases territoriales e instituciones propias. En este nuevo esquema, las órdenes militares europeas, sólo jugarían un papel limitado, al no poder ser controladas por el rey de Castilla. No hay más que comprobar la escasa importancia que tanto caballeros templarios como hospitalarios asumieron en la realidad militar, social y política de la segunda mitad del siglo XII castellano, un territorio que fue utilizado por ambas órdenes simplemente para obtener beneficios y rentas económicas que eran enviadas a Tierra Santa y Jerusalén, donde estaban los maestres y los cuarteles generales de esas milicias europeas.
De ese modo, no cabía duda de que había llegado la hora de crear instituciones propias, capaces de servir con plena lealtad al rey de Castilla.
Así fue como se gestó la fundación de la primera orden militar castellana, la ORDEN DE CALATRAVA, milicia que tomaría el nombre del lugar: Qalât Rabâh.
Desde esta perspectiva, lo que se produjo en tierras manchegas entre finales de 1157 y enero de 1158 fue una auténtica operación de sustitución, en cierto modo pactada, entre la Orden del temple y el rey Sancho III. Una operación que llevó al monarca castellano a crear la primera orden militar peninsular.
La relación de vieja amistad que había tenido de joven Diego Velázquez, antiguo caballero burgalés de la Bureba al servicio del emperador, con el entonces infante Sancho, debió constituir el elemento decisivo en la elección de los nuevos candidatos para tan señalada y noble misión real.
Sea como fuere, no parece discutible el decisivo papel jugado por la Corona castellana en el origen fundacional de la Orden de Calatrava, una milicia que se forjaría gracias a una suma de voluntades humanas, espirituales, militares, religiosas, políticas y económicas en un tiempo de Cruzada.
De ese modo, en enero de 1158, a la inestimable ayuda y colaboración económica proporcionada por don Juan, arzobispo de Toledo (quien entregó dinero, caballos, equipamiento, armas, alimentos y viático), se sumó la llegada de cientos de jóvenes hidalgos castellanos, noble sangre hispana que acudió voluntariamente a defender aquella lejana plaza fronteriza.
Una vez allí, estos hombres se quedarían ya de forma permanente, tomando entre los muros de Calatrava los hábitos blancos de la Orden del Císter. De ese modo, harían de su vida un servicio a Dios y a la Cristiandad, sirviendo hasta la muerte como freires caballeros, una fuerza militar de élite que, junto a sus mesnadas y hombres de armas a sueldo, defenderían aquella villa y aquel territorio fronterizo de los ataques infieles, tomando como ejemplo a la Orden del Temple.
En esta misión, proyectada según la idea política del rey don Sancho III, fue clave la eficaz dirección y capacidad de gestión de los monjes de Fitero.
Seis años después, en 1164, la milicia de Calatrava adoptaría la regla monástica del Císter como su forma de vida conventual, una estricta norma disciplinaria para una comunidad con un 20% de monjes cistercienses y un 80% de freires laicos.
Esta primera orden militar castellana, nacida como fruto de una decisión política, estaría reglada como una sencilla comunidad monástica cisterciense, que sería la encargada de aglutinar, reglar y articular la vida de esta nueva milicia de Dios.
Se trataba, como en el caso del Temple, de un grupo de caballeros laicos que asumían una vida conventual, reglada según la disciplina religiosa del monje.
FUENTE: Las órdenes militares hispánicas en la Edad Media.
Carlos Ayala Martínez
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me parece muy razonable , la idea de crear una orden de gente de la peninsula, con fines politicos
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