miércoles, 16 de marzo de 2016

El desastre de al-Araq: La marcha almohade hacia la Batalla de Alárcos


Luego salió [el califa] el sábado – diez de junio [de 1195] – y mandó pasar revista; cabalgó todo el ejército con pertrechos completos y atavía espléndido y cuando acabaron de montar a caballo y se terminó la organización de jinetes y peones; cabalgó al-Mansur y fue con los secretarios y visires y los parientes e hijos; los revistió en sus puestos, fila por fila y cábila por cábila, y les agradeció su cuidado y preparación con las más hermosas gracias. Se sacaron los sueldos y donativos – barakat – y se movilizaron los contingentes habituales y todos los soldados inscritos.”. (Libro de la increíble historia de los reyes de al-Andalus y Marruecos. Autor: Ibn Idhari)

En las instalaciones portuarias de Ifriqiya se acumularon montañas de trigo y cebada para las raciones de los hombres y alimento correspondiente de las bestias. Desde todos los rincones del Imperio se reunieron gran variedad de cabalgaduras; se aprovisionaron ingentes cantidades de espadas bien bruñidas y lanzas de hermosa factura, además de adargas, sables y escudos; también hubo acopio de vestidos, túnicas, turbantes y albornoces; se dieron órdenes de fabricar montones de flechas en cada una de las medinas, así como efectivas máquinas de guerra. Debía de rondar el mes de Junio cuando, tras la llegada de las cábilas almohades asentadas en Marrakus, las tropas sarracenas al completo cruzaron el Estrecho en sus más de doscientas naves.
Una vez desembarcaron al otro lado de las aguas, partieron rumbo a Isbiliyala capital andalusí. Fue en esta ciudad donde Abu Yusuf Yakub pasó revista a su ejército, hizo reparto de la barakat o soldadas y entregó las banderas y estandartes a todos sus efectivos. Finalizado el suntuoso acto protocolario, el imponente contingente musulmán se puso en camino hacia tierras de Castilla utilizando la misma ruta que, en fechas anteriores, lo hiciera el arzobispo don Martín de Pisuerga cuando su cabalgada sobre tierras de al-Andalus. Es esta la vía que enlaza el valle de su gran río, al que los infieles hacen llamar al-Wadi al-Kabir, con la mismísima capital del reino: Toledo.
“Los primeros en pasar fueron los árabes, luego los zanatas, masmudíes y gomaras, los voluntarios de al-Magrib, los agzaz, los arqueros, los almohades y los negros”. Quiso el califa rodearse de los voluntarios de la fe en el transcurso de la marcha; a su llamada habían acudido hombres religiosos y fervientes seguidores de Mahoma que abandonaron sus hogares, tierras y templos para responder a la yihad. Yusuf los observaba complacido mientras comentaba a sus comandantes de mayor confianza: “estos son el ejército, no aquello”, señalando a las huestes de mercenarios y andalusíes.
Atravesado el Puerto del Muradal, ordenó el califa cambiar el sentido de la marcha yobligó al ejército a dirigirse hasta la plaza de Salvatierra. Cauto y prudente, por los posibles movimientos que pudiera realizar el Castellano ante su presumible llegada a la frontera, decidió enviar una vanguardia de jinetes bien nutrida, entre los que se encontraban andalusíes buenos conocedores de la lengua cristiana, para controlar el paso con total seguridad mientras el grueso de sus soldados montaba los reales en las llanuras de este importante bastión fronterizo.
Las decisiones de Yusuf II no fueron fruto de la improvisación, la fortaleza de Salvatierra le brindaba apoyo como base principal para su ataque y le proporcionaba adecuado resguardo ante una posible retirada y repliegue de tropas en caso de derrota.
El monarca almohade estaba en lo cierto al sospechar que ya se hubiese detectado su presencia en la frontera, lo que demostraba su gran inteligencia militar aunque fuese bastante cuestionada por nuestros reyes y señores. Varios destacamentos de caballería calatraveña, aquellos encargados de salvaguardar estas tierras, partieron al encuentro con objeto de recabar toda la información precisa con la que avisar a Toledo. Sería una de estas patrullas de jinetes la que toparía con la vanguardia adelantada de Yusuf. ¿Eran los allí reunidos, tras la colina, los verdaderos componentes de esta cabalgada? Si no fuese así, ¿qué número de efectivos integraban la amenaza? Pero, sobre todo, la pregunta que se formulaban era ¿hacia dónde tenían previsto dirigir sus razzias?
Desafortunadamente, antes de obtener respuesta a todas estas cuestiones, nuestros hermanos fueron descubiertos, motivo que obligó a separarse, precipitadamente, y huir a las defensas más cercanas a expensas de encontrar amparo. Fuera como fuese, la información recabada debía llegar a manos del monarca Alfonso.
Parte del grupo de calatravos tornó grupas sobre sus pasos y se dirigió hacia la fortaleza de Alarcos. A golpe de pezuña, el resto de freires rompió a correr dirección a las huestes enemigas en un intento desesperado por llamar su atención y arrastrarlos lejos del sentido que tomaba el otro grupo de jinetes. Se habían propuesto alcanzar la plaza fronteriza de Dueñas, situada algo más al sur, y buscar protección tras sus murallas.
Desde las almenas de este castillo, entre densas nubes de polvo, los defensores otearon en el horizonte las blancas capas suspendidas al viento de una partida de jinetes que, a la carrera desesperada, cabalgaban hasta su posición. Tras de ellos, casi dándoles alcance, un vasto cuerpo de caballería enemiga. Raudos, los centinelas dieron la voz de alarma.
En el interior de la fortaleza se dio orden que todos los caballeros disponibles se armaran con inusitada celeridad y salieran en socorro de sus hermanos; las monturas debían de estar ya extenuadas. Además, la distancia que los separaba de sus perseguidores era cada vez menor.
Cuando por fin consiguieron alcanzarlos, intentaron hacer frente a esta oleada musulmana formando un grupo compacto de caballeros enlorigados. Desgraciadamente, venderían cara sus almas; todos los monjes soldados de Calatrava fueron aniquilados bajo las espadas almohades y el bastión fronterizo conquistado definitivamente.
Sin embargo, los de Calatrava consiguieron su propósito. Algunos miembros de la partida que marchó hacia Alarcos, aunque bastante maltrechos, pudieron llegar hasta su destino. Rápidamente, desde la plaza se enviaron correos de urgencia a Toledo informando al rey de la terrible amenaza que se cernía sobre las tierras de Castilla.
En el preciso instante en el que don Alfonso fue avisado de las graves noticias que llegaban desde la frontera,ordenó reunir, urgentemente, a su mesnada real. Debía de partir, inmediatamente, hacia Alarcos, última fortaleza cristiana antes del Congosto, e impedir que las huestes sarracenas pudieran cabalgar, libremente, por sus tierras. No contaba el monarca con sobrados efectivos, pero sí disponía de alta capacidad de respuesta y excelentes hombres de armas como para afrontar la amenaza de una cabalgada musulmana.
Por ello mismo, no quiso el Castellano aguardar al resto de fuerzas que pudieran reunir previo al enfrentamiento, tal y como se esperaba de los caballeros leoneses y navarros. Tampoco quiso escuchar consejo de sus nobles. Ante lo que él consideraba como una auténtica decisión precipitada de su rey, don Diego López de Haro, una de las más leales y bravas espadas de don Alfonso, quiso opinar que aun no disponiendo de información suficiente como para emprender tal empresa, menos prudente sería hacerlo sólo con los vasallos. Lo lógico y sensato era esperar al resto de tropas cristianas que estarían de camino.
Según relatan algunos de los caballeros que, en esos momentos, preparaban sus pertrechos en los reales toledanos, y ahora protegidos tras las murallas de Consuegra como el resto de nosotros, se escuchó de labios de don Alfonso reprender al de Vizcaya delante de todos los señores e instándole a voz en grito: “Los caballeros hijosdalgo tienen el mismo valor que cualquier otro noble.”.
Estas palabras, punzantes como daga afilada, resonaron en el silencio y serían aprovechadas por el blasón de los Lara para acusar, en las postrimerías de la batalla, a don Diego y a sus huestes por la derrota infligida. Según estos, “tales caballeros no lucharon como debían y no ayudaron a su señor con todo su corazón y coraje.”. Como siempre, la nobleza buscaba cualquier excusa para granjearse los favores reales, aunque fuera a costa del apellido y reputación de hombres valientes. Siempre existirán discordias por la disposición de nuevas tierras y este fue el caso de tal injuria, aunque, desde mi humilde desconocimiento, considero que no era el momento idóneo.
Alfonso, el de Castilla, partió entonces hacia los límites del Congosto para someterse a la voluntad de Dios en un glorioso intento por evitar que los musulmanes penetraran en las tierras de su reino. La imponente ciudad-fortaleza de Alarcos le aguardaba.
Por su parte, el tercer califa almohade, Abu Yusuf Yakub, se preparaba para irrumpir en las tierras de Toledo y llegar hasta sus mismas puertas. En la frontera, aunque salvable, un solo obstáculo restaba: aquel que la lengua infiel nombra como al-Araq.

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